LA CONDICIÓN DE SER NEGRO EN VENEZUELA
Por Salvador Montoya/Escritor*
En
el año 1972 el gran poeta caribeño Nicolás Guillén publicó una poesía
extraordinaria en honor al Premio Nobel de la Paz Martin Luther King Jr., donde
resaltaba la belleza de su negritud. Guillén la escribió también como respuesta
a una frase de un poeta ruso ante el asesinato de King Jr., pues Yevtushenko
dijo: “Su piel era negra, pero con el
alma purísima como la nieva blanca”. En el poema “¿Qué color?” Guillén afirmaba: “¿Por
qué no/por qué no iba a tener el alma negra/aquel heroico pastor?/Negra como el
carbón”. Por supuesto, la belleza no está solo en el color, la belleza es
la cultura, los valores humanos. La pigmentación de la piel (si se quiere) no
es lo prioritario. Sin embargo, desde los tiempos de la esclavización del
África (siglo XIV) lo negro sufrió su Maafa
(holocausto negro), su exclusión y fue la idea de los negros y su condición
racial expuesta como pecado, como caos, como cosa diabólica (mandinga, nombre de un pueblo africano
vino a representar en el lenguaje al diablo), como bestialidad. En otras
palabras, ser negro era sinónimo de no tener alma, ni cultura, ni inteligencia
ni civilización.
Por
tanto, y por más que quiso Bolívar que la sociedad colonial liberase a los
esclavos, no pudo lograrlo. Y aunque Negro Primero fue un ejemplo excepcional
de patriotismo eso se interpretó en su tiempo como una rareza, no como
condición cierta de humanidad. De hecho, la abolición de la esclavitud en
Venezuela en 1854 bajo el gobierno de José Gregorio Monagas no solventó el racismo
en contra de los negros y sus ideales,
tampoco resolvió su exclusión de la vida económica, política, social y
cultural. Todo lo contrario, el positivismo clásico dictaminó que la “raza
negra” estaba minusválida para aprender, para ejercer y crear cultura, negocios
y dirigirlos. Eran “taras genéticas” que tenían los negros. Al entrar el siglo
XX y en sus primeras décadas este pensamiento adquiere un despligue brutal en
nuestros clásicos literarios como Doña
Bárbara y Las Lanzas Coloradas. Ningún
arte o expresión política escapó a ello. Rómulo Gallegos, con su novela Pobre Negro, finaliza la cadena
epistémica positivista de lo que se afirmaba de los negros: simplemente son
desgraciados, son pobres.
Con
la llegada de la democracia representativa se comienza a escuchar canciones con
un valor peculiar sobre la negritud. Esas canciones hablan de toda esa historia
de luchas y de esperanzas. Oscar D’ León, con su salsa cubana Parampampam, diserta de los negros y su carisma,
inteligencia y amor. El zuliano Eurípides Jesús Romero interpreta el Negrito fullero y sigue la misma línea
festiva, de amor y de lucha. También se vincula a esta expresión musical, desde
el estado Bolívar, The Same People con Los
Negros (lupu lupu lu) en su ritmo pegajoso de calipso. Allí está el
mestizaje, la imaginación lúdica cultural y el liderazgo social. Sí, el alma
negra de nuestro pueblo aportó y sigue aportando su dinamismo, su inteligencia
a la venezolanidad. La raíz musical es solo una muestra. Pero que nos señala
que nuestro mestizaje es enriquecedor y que el negro también es santidad, es
justicia, es alegría como el carbón y no solo como la nieve.
*Apuntes de algún año en mi
adolescencia.
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