CONQUISTANDO CIUDADES, CONQUISTANDO PODERES

Por Salvador Montoya/Escritor
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La primera vez que la vi y la olí en soledad individual (sin mi familia) era para visitar el Museo de los Niños. Aún estaba en primaria. Me impacto su color plomizo, la presencia innegable de la montaña, de El Ávila. Descubrí que Caracas bailaba sin alma y las multitudes tenían un fanatismo por la prisa y las diligencias. Era un niño y como estaba absorto ante la visión de las muchedumbres corriendo, me despertó la voz de la maestra: “Todos andan como si apurarse fuese la meta, tienen un cohete en el rabo”. No obstante, la velocidad no es siempre sinónimo de excelencia. No toda velocidad de la ciudad genera bienestar. Hay cosas que requieren cierto ritmo pausado. Muy bien lo ha detallado Carl Honoré en su libro famosísimo Elogio a la lentitud. Es más se puede diferir de muchas de las conclusiones de Honoré y del “movimiento lento” pero algo es ciertísimo: no todo en la vida puede ser rápido. En su exquisita novela El hombre lento, Coetzee registra la conciencia de un accidente en un hombre que luego usa la lentitud para tomar velocidad sobre su destino. Pero Caracas se descubre con una actitud de alta velocidad. Y con esa rapidez volví allí, tiempo después, ya como jovencito universitario a volcarme en sus bifurcaciones de Fórmula 1. Hoy en día Eduardo Liendo la llama (a Caracas) “País Samsa” pues es un animal kafkiano: coaptado, aniquilado, frustrado. Héctor Torres afirma que “Caracas muerde”: te hiere, te arranca, te despedaza. En otras palabras, la ciudad te inocula sus pasiones y sus abismos y sus obsesiones. Así que conquistarla exige valentía de titán.
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Por consiguiente, conquistar una ciudad es abrazar sus multitudes. Dice la Escritura que Jesús de Nazaret: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas sin pastor” (Mateo 9.36). Para liderar una ciudad se exige, entonces: amar a las multitudes [ser el pastor de multitudes] y destrabar el desamparo [paternidad, sanidad interior, formación de carácter] y destrabar la dispersión de las gentes [mentalidad de gobierno y de conquista y de superación]. La compasión te hace grande en la ciudad. Por ello, Jesús de Nazaret le dijo al apóstol Pablo: “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23.11). Conquistar la ciudad transforma los epicentros de la cultura y el sistema. Ese fue el mandato de Jesús al apóstol Pablo. El ser humano creó la ciudad para expandir sus potenciales, su calidad de vida y su riqueza. Así lo detalla el sacerdote belga José Comblin en su famoso libro Teología de la ciudad, editado en 1968, y allí con amplia acuciosidad define la ciudad como un escenario de las realidades primeras y últimas de los humanos junto con sus luchas espirituales. El hombre de fe siempre está determinado por la búsqueda de esa ciudad donde Dios lo va a bendecir. Así fue el peregrinaje de Abraham. Pero las ciudades también se corrompen, caen en fangos destructivos. Y por eso la Biblia también refiere algunas ciudades que en su maldad se volvieron fatales: Sodoma y Gomorra, Babilonia y Nínive. 
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Por ello, salvar el alma de los hombres pasa por salvar la ciudad donde los hombres viven pues una ciudad refleja el corazón de sus habitantes. Tres años antes de Comblin, el estadounidense Harvey Cox, en 1965, había publicado un libro llamado La ciudad secular donde caracterizaba a la ciudad actual en su estructura de anonimato y de movilidad y en cuanto a su estilo de vida guiado por el pragmatismo y la profanidad. Por ello la función de la iglesia tiene cuatro ámbitos: su mensaje (decir que el hombre es responsable del mundo donde vive), su servicio (atender a los heridos de la sociedad, llevarlos a la sanidad), su comunión (crear comunidad para forjar un futuro mejor) y su exorcismo (extraer los espíritus malos de la sociedad contemporánea que se manifiestan en el trabajo, en la cultura y en el sexo). Cox y Comblin sólo seguían el largo diálogo que tiene una de sus raíces en la obra de San Agustín de Hipona La ciudad de Dios publicada en el 426 d. C. San Agustín impresionado por la caída del Imperio Romano estableció que las verdades espirituales eran las que preservaban la ciudad de Dios en pie antes que las ambiciones humanas. Así que, servir a Dios es amar la Ciudad de Dios para transformar la Ciudad de los hombres. De hecho hay dos obras literarias extraordinarias sobre las ciudades: La historia de las dos ciudades de 1859, escrita por Charles Dickens y Las ciudades invisibles de 1972, escrita por Italo Calvino. Entonces toda ciudad produce los hombres que la salvan o la pierden.
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Por ello, Jesús de Nazaret instruyó a Pablo para que conquistara las dos ciudades: Jerusalén y Roma. Un pensador ruso bastante olvidado León Shestov, en 1937, disertó sobre la diatriba Atenas o Jerusalén, simbolizando Atenas la razón o la filosofía y Jerusalén, la revelación o lo espiritual. Un problema denso, angustioso, y según Shestov como agua y aceite: nunca se iba a solucionar. También años después el teórico político Leo Strauss planteó esa interrogante de las dos ciudades como leit motiv de decidir el poder político en el mundo. Es necesario acotar que fue el teólogo cristiano Tertuliano quien afirmó que nunca Jerusalén y Atenas se iban a poder entender. Sin embargo, ya Jesús de Nazaret había dicho que sí se podían conquistar estas dos ciudades. Jerusalén simboliza la ciudad que tiene la palabra divina, el corazón espiritual pero muchas veces prefiere la religiosidad. Esta ciudad representa las multitudes que están interesadas en captar lo sobrenatural y lo profética pero siguen trabadas en costumbres y en tradiciones infértiles. Pero Roma simboliza la ciudad del poder y de las decisiones pero que muchas veces prefiere la corrupción y la anomia. Esta ciudad representa las multitudes que están interesadas en vivir con los mejores códigos pero se extravían a causa de sus errores y de sus vicios y de sus ambiciones. Ahora bien, ¿cuáles son los códigos proféticos para influenciar y gobernar estas dos ciudades: Jerusalén y Roma? Con toda audacia dice Junior Zapata que cito in extenso (Junior Zapata, Agorafobia, Miami, Editorial Vida, 2009, pp. 106-111): 
En los griegos encontramos el comienzo de la ciencia y la organización del conocimiento humano en sus diferentes disciplinas (como por ejemplo Aristóteles y otros locos de su nivel). En los romanos nos topamos con la aplicación del conocimiento a la vida pública, la república y la ley. Este coctel de conocimiento, aplicación y cultura logró que la fe y la razón encontraran el vals perfecto para bailar en la pista de la historia. Jerusalén tiene su lugar y es uno importante. En el cumplimiento del tiempo todo rima como en un poema. Roma, Atenas y Jerusalén no son tres ciudades de tres reinos diferentes. Son tres ciudades de un mismo reino, el reino de Dios…Pablo era un hombre de muchas culturas. Era ciudadano romano (influencia política). Había sido educado en las mejores universidades griegas (influencia cultural) y era hebreo de nacimiento (influencia moral). Por eso podía comunicar con claridad y sencillez la verdad de Jesucristo…Los romanos nos dieron la esfera política, los griegos la esfera filosófica, y los hebreos la esfera moral. Si queremos marcar alguna diferencia en la categoría política y filosófica de nuestro tiempo, vamos a tener que dejar Jerusalén y conocer cómo piensan los romanos y los griegos. Tenemos que hacer política y filosofía. Por otro lado, no podemos comprender cabalmente a nuestros amigos griegos y romanos sin el fundamento claro y sólido del conocimiento que debemos obtener en Jerusalén. Sin poseer un conocimiento bíblico no comprenderemos el conocimiento romano. Sin tener una cosmovisión cristiana no podremos juzgar bien la cosmovisión griega…Jerusalén te necesita, hay que mantener su espíritu y cultura. Pero existe una urgencia hoy en día: que nos involucremos en otros círculos de influencia como Atenas y Roma. Esas ciudades son del Reino y te necesitan…La ciencia (Grecia) es inútil sin la Verdad; se corroe y se deteriora sin la moral de Aquel que da la moral. El gobierno (Roma) se sirve a sí mismo sin la Verdad, y lo peor, se corrompe y devora a sus ciudadanos. Seguramente hay un lugar para ti en Grecia o en Roma, prepárate. 
En otras palabras para gobernar Jerusalén y Roma se requieren dos cosas: liderazgo y cultura. Una ciudad manifiesta su calidad de vida por medio de varios factores: facilidad para transportarse, estándares sanitarios, seguridad para sus habitantes y acceso a los servicios públicos (BBC Mundo, Estas son las ciudades con mejor calidad de vida, 2017. Disponible en: https://www.weforum.org/es/agenda/2017/03/estas-son-las-ciudades-con-mejor-calidad-de-vida [Consulta: 07/03/2018]). Y estos factores son evidencias de su liderazgo y de su cultura. Como aquello que plantea Charles Landry en su teoría de la ciudad creativa: curiosidad, imaginación, creatividad, innovación e inventiva. Y esas cinco palabras claves son las cinco verdades que conquistan una ciudad a través del liderazgo y la cultura. Es el mandato de Jesús de Nazaret para todos aquellos que queremos y amamos nuestras ciudades.  

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