EL MEJOR PREDICADOR


Por Salvador Montoya/Escritor
A mi padre y a Matías, que viene en camino
Una orden de predicadores…
Arturo Uslar Pietri
Buenas gracias
El ejercicio para poderme graduar de mi curso de oratoria y producción radial era participar en un programa radial en vivo. Así que fui invitado a uno. Cuando me presentaron lo primero que dije fue:
-Buenas gracias.
Todos se rieron a carcajadas. No dije ni “buenas tardes” ni tampoco “muchas gracias”. Inventé una nueva frase: “Buenas gracias”.
El arte de la oratoria
El arte de la oratoria es quizás el arte de los sentidos y de los sabores. El gusto de la palabra lleva la sazón del alma. Es lo que nos manifiesta la escritora venezolana María Fernanda Palacios en su libro Sabor y saber de la lengua. Y quien sabe comunicar sus verdades y sus percepciones impacta todo lo que es y todo lo que emprende. El mejor predicador es un gastrónomo del espíritu y de las ideas que emergen del cielo y de la tierra. Así lo hicieron los grandes: Aristóteles, Cicerón, Demóstenes, Pericles. Esa es la pléyade, el Olimpo de los Oradores. Desde el ámbito eclesiástico por supuesto que están como ejemplos brutales (nombremos tres nada más): Juan Crisóstomo (su propio nombre significa “pico de oro”, máximo orador de los padres de la iglesia), Charles Spurgeon (llamado el Príncipe de los Predicadores), Frederick Douglass (ex esclavo y uno de los más grandes oradores afroamericanos). Y para hablar de nuestra época pertenecen a esa constelación: Billy Graham, Luis Palau, Alberto Motessi. Por ello decía ese gran escritor mexicano Alfonso Reyes sobre la suasoria, el arte de la persuasión, reinterpretándolo a la luz de la Retórica de Aristóteles: “Hay que seguir el ejemplo de Odiseo, en Homero, cuyo secreto era mantenerse a la altura de la comprensión general para poder convencer a todos” (Alfonso Reyes, Última Thule y otros ensayos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1991, p. 58). Predicar es tan importante que es el arte de los reyes. Es el arte de los gobernantes. Los predicadores ejercen poder en la sociedad. Por ello un libro de la Biblia se llama Eclesiastés, que significa El Predicador. Para predicar a esa altura en América Latina por lo menos fuimos formados (gran parte de las generaciones evangélicas) con el Manual de Homilética de Samuel Vila y más adelante nos llegó con ciertas innovaciones los libros Predicando con frescura de Bruce Mawhinney y Predicando con pasión de Alex Montoya. Sin embargo, predicar no es privativo de los ámbitos eclesiásticos. El gran intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri sostiene que aquellos hombres y mujeres que se dedican a través de la palabra a definir cuál es el destino de nuestros países y de nuestra cultura, esos hombres forman una orden de predicadores. Predicadores del país ideal, predicadores que despiertan conciencias. Así que cuando predicas, predicas con una tradición poderosa, sea que lo reconozcas o no. En mi caso reconozco esa tradición de predicadores en: Rev. Félix Figuera, Rev. Alexis Romero, Rev. Carlos Camacaro, Rev. Omar Díaz, Apóstol Raúl Ávila, Pastor Joel López, Rev. Jesús Salvador Montoya (mi padre), Dr. John Powell, Donald Pender. Y ellos a su vez reconocen que siguen la tradición de Demetrio Montero Méndez, Ramón Bejarano, Eliodoro Mora Méndez, David Benítez, Humberto Fermín Cova, David Andrade. No es sólo una cuestión eclesiástica es una cuestión de la vida.
Versátiles
Hoy en día tenemos varios estilos de predicación o de comunicación muy versátiles. Estos estilos a veces se practican por parte del orador de forma empírica (sin estudios previos u organización del material) o de forma prediseñada. El primero es el estilo de resolución. Se usa para ser pragmático, para proponer respuestas a las cuestiones de la vida. Primero: cuento una historia (preferiblemente real, verídica, cierta sobre algún personaje o personalidad que represente de alguna manera la verdad que quiero exponer). Segundo: expongo tres o cinco principios de la verdad que quiero manifestar. Tercero: doy tres o cuatro consejos de cómo poner en práctica la verdad que quiero transmitir. Segundo estilo: el estilo deliberativo. Primero: afirmo una verdad que quiero exponer. Segundo: demuestro los pros y los contras de esa verdad. Tercero: se termina invitando a disfrutar los beneficios de vivir en esa verdad. Tercer estilo: estilo stand up comedy. Comienzas con un one-liner (chiste corto, de una frase. El one-liner tiene la particularidad de tener dos partes: el set up o planteamiento y el punch o remate con elemento sorpresa). O simplemente cuentas historias con humor. Usas historias personales tragicómicas. Y a partir de allí establece las verdades que quieres transmitir.
Advertencia para incautos y neófitos
Ninguno de estos tres estilos es mejor que el otro. Porque cada uno requiere el mejor uso de la elocuencia y la retórica. Se requiere uso práctico de los recursos literarios y sensoriales.
La mano del poder
Quien ejerce dominio y poder se ejercita en la dinámica de la comunicación: el discurso. Una de las formas más sencillas de armar la estructura de un discurso es usar “la mano del poder”. Se denomina así porque al tomar con la mano el micrófono para hablar usas los dedos como formato discursivo y por consiguiente guiarte con eficacia hacia los propósitos del mensaje.
El pulgar: representa la base bíblica o el epígrafe que sostiene la estructura del discurso. Se precisa escoger una base bíblica breve y puede ser interesante usar versículos poco usuales. El índice: representa el título o tema de lo que vas a exponer. Aquí es necesario el uso de verbos de acción y de movimiento. Estos verbos o palabras también se pueden denominar verbos/vocablos proféticos: poder, autoridad, dimensión, espíritu, actitud, liderazgo, destrabar, código, rompimiento, aceleración, dominio, gobierno, descifrar, lenguaje, revelación, conquista, pasión, atmósfera, transformar, mente, visión, forjar, generación, productividad, propósito, diseño, límites, superación, alcance, sueños, profético, riqueza, investidura, clave, fórmula, territorio, guerra, cultura, ideas, paradigmas, estructura, abundancia, mentalidad, dinámica, ensanchar, entre otros. El medio: representa la introducción. Y aquí hay una clave poderosísima. Para poder realizar la introducción con maestría es necesario seguir “los siete caminos de la introducción”. Se puede introducir de siete maneras: definir los conceptos, una ilustración, una anécdota personal, un acontecimiento histórico, una cita célebre, un símbolo del arte y el contexto de lo actual. El anular: representa las subdivisiones del discurso. Subdivisión principal en números romanos (I, II, III), la segunda subdivisión en números ordinales (1, 2, 3) y la última subdivisión en literales (a, b, c). Ahora bien, el desafío es que a cada subdivisión se le pueda aplicar los siete caminos de la introducción. Así tu mensaje adquiere mayor profundidad y versatilidad. El meñique: representa la conclusión. Jesús de Nazaret usó por lo menos cinco estrategias de conclusión: la comparación antitética, afirmar a las personas, invitar a una acción, desafiar el estatus quo y celebrar la verdad.    (Continuará).

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