SEAMOS DISRUPTIVOS
Por Salvador Montoya/Escritor
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El hombre,
educador y crítico de arte, caminó ese día con orgullo y pasión. Moscú estaba
fría y expectante. El hombre sabía que en el juicio iba a ser indoblegable.
Apoyado por el gobierno, ese día 16 de enero de 1918, se dio “El Juicio del Estado Soviético contra Dios
por sus muchos crímenes contra la humanidad”. Se ubicó una Biblia en el
banquillo de los acusados. Se leyeron por casi cinco horas los cargos en contra
de Dios. En defensa de Dios pidieron que fuera absuelto El Creador por padecer
“grave demencia y trastornos psíquicos”.
Sin embargo, se desestimó la petición. Y Dios fue declarado culpable de
crímenes contra la humanidad y genocidios y por lo tanto condenado a muerte. La
mañana siguiente un pelotón de fusilamiento mató simbólicamente a Dios
disparando cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú. El hombre que había
ejecutado toda esa obra se llamaba Anatoli
Lunacharski, el dramaturgo del pueblo. Así somos los hombres cuando
buscamos a Dios.
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La presencia
de Dios en el hombre lo saca de quicio, lo vuelve disruptivo. Por ello algunos
prefieren matarlo y otros defenderlo. Quienes defienden a Dios usualmente
recurren a dos formatos: la apologética
clásica con sus famosos cinco
argumentos muy bien expuestos contemporáneamente por el Dr. William Lane Craig: el
argumento cosmológico (Dios se manifiesta a sí mismo a través de la
creación y del universo. Tal diseño, orden y propósito cósmico nos habla de un
Dios personal, inteligente y creativo), el argumento teleológico (esa
singularidad de elementos y detalles para que haya vida y para que “funcione”
el universo nos muestra un Dios que ideó tales sistemas divergentes), el
argumento moral (nuestra moralidad no podría ser subjetiva pues hay
universales morales dentro de nuestra humanidad, hay un valor intrínseco en
quienes somos como personas y de esa forma sabemos que Dios nos dotó de
dignidad al crearnos), el argumento de la resurrección de Jesús
(la historicidad real y fidedigna de la vida de Jesús y su muerte y posterior
resurrección es lo que le da fundamento verdadero a la fe. Jesús revela que
Dios en Él está completo y es integral. Desde los primeros discípulos sólo
asumían la fe porque Jesús había resucitado) y por último el argumento de la experiencia
personal inmediata de Dios (es la transformación y las evidencias
poderosas que el hombre sufre a la intervención y al encuentro con Dios en su
día a día, con sus luces y sus sombras). Con tales argumentos se fortifica una
fe racional y funcional, práctica y desafiante. Sin embargo, hay muchas paredes
reduccionistas en su visión de Dios y de la humanidad. El hombre tiene que
romper sus límites conceptuales.
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El segundo
formato son las sendas sagradas o la apologética
imaginativa. Es decir Dios se revela en el arte, la
belleza de la naturaleza, la música, el amor romántico, el
placer en lo bueno. Como afirma Ernesto
Sábato que no podemos conocer una ciudad solo viendo sus planos o su guía
de teléfonos sino viendo su cultura y su arte. Así también no conocemos a Dios
solo por argumentos científicos o por silogismos correctísimos sino por nuestra
vivencia diaria, por cómo amamos, cómo servimos, cómo disfrutamos de toda
nuestra humanidad. El pensador Gary
Thomas identifica nueve maneras de acercarse a Dios: los naturalistas, los
sensoriales, los tradicionalistas, los ascéticos, los activistas, los
cuidadores, los entusiastas, los contemplativos, los intelectuales. No hay
rutas únicas, sino plurales de la existencia divina y de su experiencia.
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En mi caso
propongo la “apologética disruptiva”: Dios siempre rompe los cánones, crea
su caos innovador y propone nuevos formatos para conocernos y para hacerse
conocido. Este concepto me lo iluminó el dramaturgo venezolano José Ignacio Cabrujas al decir en una
de sus obras que la historia es “flujo, reflujo y ola”. Si lo
aplicamos a la apologética diríamos que la
visión de uno que quiere vivir lo espiritual, de disfrutar a Dios en su diario
transitar es captar los dispositivos
disruptivos de la fe como los “Penetrables” de Soto, como las “Reticuláreas”
de Gego y como las “Nenias” de Laufert. Como cuando Pablo Picasso pintó su obra Las
señoritas de Aviñón en 1907 él la pintó de tres maneras: él pintó al
principio de la obra de forma natural, en el centro él pintó como lo antiguos
ibéricos y para finalizar él pintó todo el arte abstracto. Así que cuando
nosotros pensamos nuestra vida, nosotros pensamos con estas estrategias y así
pensamos a Dios y también lo vivimos.
Nos pensamos como somos día a día:
Con nuestros
errores y aciertos.
Con nuestras
fortalezas y debilidades.
Con nuestros
fracasos y éxitos.
Pero hay un
nivel más profundo cuando nos pensamos
como humanidad desde la antigüedad. Nos pensamos desde todas las culturas.
No somos de
una sola nación sino de todos los países.
Y eso causa
en nosotros: tolerancia, sabiduría, comprensión, humanismo, esperanza,
espiritualidad.
Y para
finalizar lo abstracto, las cosas
incomprensible de la vida:
La guerra
Las pérdidas
Las
traiciones
Los sueños
sin realizar
Estas cosas
forjan las virtudes conquistadoras del espíritu, la fuerza del carácter que nos
hace profundamente humanos y felices.
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En el año de
2004 el científico Dean Hammer
publicó un libro titulado Bases genéticas
de la espiritualidad y allí establecía el vínculo del “gen VMAT2” que nos
hace tener una predisposición biológica a fusionar, ciencia y religión,
biología e espiritualidad. No es un gen para los dogmas o los rituales sino que
nos habla de lo disruptivo, de unir el todo que somos en Dios y en nuestro
mundo. Por eso el poeta venezolano Vicente
Gerbasi afirmó sobre el Creador que: “Dios
es una ola de milagros”. Así que seamos disruptivos y surfeemos esa ola.
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