EL IMAGINARIO DEL CAOS
-Entendiendo la Hegemonía Tripolar desde la distopía en las obras de Ednodio Quintero, Edgar Borges y Miguel Antonio Guevara-
Por
Salvador Montoya/Escritor
Para mi
hijo Mathías
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Me
encanta la anécdota mitológica de Juan
Vicente Gómez, el dictador venezolano, donde un hombre lo ve leyendo el
periódico al revés y le dice: “Señor Presidente, está leyendo el periódico al
revés”. Entonces Gómez, con su suspicacia usual, contestó: “Quien sabe leer,
lee de cualquier forma”. (Ojo: se sabe que Gómez no era analfabeto). Hay muchas
interpretaciones a esta parábola. Yo intentaré una: la lectura del poder determina el
sistema que nos gobierna. Por eso es tan importante entender cómo la
Hegemonía Tripolar de Estados Unidos, Rusia y China (el orden de los países no
altera el impacto) define la clase de civilización que somos y que seremos.
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Toda
civilización emerge de una imaginación creadora múltiple y suficientemente persuasiva
para imponer su sistema de valores y su sistema de gestión de las muchedumbres
junto a sus demandas (ecológicas, políticas, económicas, sociales,
estratégicas, culturales e internacionales). Cuando una civilización entra en
colapso muchas de sus lecturas potencian radicalismos para mantener la
hegemonía del sistema. Y es aquí donde entra la imaginación del caos (distopía) como posibles salidas de
emergencia, como posibles hojas de ruta para escapar a la destrucción, como
posibles mapas inéditos de tal manera que podamos cruzar valles de muerte y
prosperar del otro lado.
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Entonces
crear luz, hacer luz, prender luz es una actividad primordial. Los venezolanos
tienen una relación muy peculiar con la generación de luz y de energía. Por el
siglo XVIII, Humboldt nos habla que en los llanos se encontró con un hombre
llamado Carlos del Pozo que había
logrado crear cierta máquina eléctrica y poseía todo un laboratorio avanzado
sobre esas materias. Generar luz y energía en tiempos de
colonialismos. Más adelante en el siglo XX, Luis Zambrano, ese tecnólogo popular alucinante, por los Andes,
creó el “TurboZam” (una turbina) y le dio luz eléctrica a su pueblo y ponía en
funcionamiento ciertos aparatos esenciales para su propia región. Generar
luz y energía en tiempos de ostracismos. Y hace años atrás (no sabemos
si con más deseos que logros) supimos de otro venezolano Luis Solórzano que creó una máquina a partir del aire (Motor de
Aire). Generar luz y energía en tiempos de calamidades. Personas e
ideas distópicas para romper regiones de cautividad. De ese tamaño es nuestra
geopolítica y nuestra literatura también.
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Por su
parte, grandes intelectuales europeos desde sus ópticas civilizatorias
polémicas han propuesto seguir la estela de gente con convicciones firmes en la
democracia, en el humanismo y en los mejores valores humanos. Hannah Arendt, en su libro Hombres
en tiempos de oscuridad (1955), plantea que los hombres que cruzan
tinieblas se forjan una conciencia plena de libertad y toman cualquier espacio
para interpretar su destino libertario. También el historiador inglés Tony Judt, en su libro El
peso de la responsabilidad (1995), inquiere cómo la vida de Blum, Camus
y Aron nos incita a cumplir con nuestro quehacer crítico y activo en la
historia real que nos toca vivir. Y el francés Tzvetan Todorov, en su libro Insumisos
(2016), vuelca su agudeza en aquellas vidas de alta resistencia moral y
política y que nos reflejan un retrato espiritual de logros frente a la locura
del sistema actual. En otras palabras, cada nación, cada pueblo (aún más allá
de sus propios saberes) debe descubrir personas e ideas que manifiestan
sentidos diversos de poder y de libertad.
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Hay en
nuestra literatura venezolana tres generaciones de escritores que han indagado
sobre estas luces y estas energías. Y vemos muy bien esa vertiente distópica en
Ednodio Quintero (1947), Edgar Borges (1966) y Miguel Antonio Guevara (1986). Son
hombres en tiempos de oscuridad. Asumen el peso de la responsabilidad. Son
insumisos de pensamientos y de obras.
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Sin
embargo, ¿qué es la hegemonía tripolar? ¿Por qué es necesaria entenderla?
¿Cuáles son las agendas que manejan? ¿Hacia dónde nos llevan los proyectos
globales de la hegemonía tripolar? ¿Qué vinculaciones mantienen con la
vertiente distópica de tres generaciones de escritores venezolanos?
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Desde el
principio Ednodio Quintero ha
propuesto en sus obras escenarios telúricos y cosmopolitas plenos de ludismo,
subjetividad agobiante y distopías anfibias. Tomemos dos obras suyas: La
danza del jaguar (1991) y El amor es más frío que la muerte (2017).
En la primera el personaje principal dilucida su propio entramado de la vida en
un tour de forcé mientras recuerda una travesía europea y criolla. Allí se
enfrenta a sus propias alucinaciones, ensoñaciones y memorias voraces en un
lenguaje a veces híper culto y otras con una sapiencia popular muy callejera.
¿Dónde está la distopía? En que ya no es un mundo de países, es un mundo de
subjetividades. En la segunda novela el protagonista escapa de una peste (y ni siquiera
se vislumbraba el COVID-19). Es diáfana la distopía de Quintero: razonamientos
oblicuos, verdades egocéntricas, laberínticos paraísos del placer y de la
violencia. El amor y la muerte son fríos. Frialdad de experiencias, vitalidad
de hielo.
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La agenda de la Hegemonía Tripolar se
fundamenta exclusivamente en aquellos países que ganaron la Segunda Guerra
Mundial y que también obtuvieron el poderío económico de Occidente (ahora
compartido con China). En esa agenda está el transhumanismo, la exacerbación de
la furia migratoria, las guerras del petróleo, la dictadura de las redes
sociales, el control del crecimiento de la población. Dominar las ideas y dominar las
conductas planetarias.
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En los
textos distópicos de Edgar Borges
entramos en fantasías naturales y aparece lo horrendo en los espejos y en
poblaciones donde ocurre lo milagroso y lo trágico en bicicleta o en la memoria
de cualquier señor. Tomemos dos obras suyas: La contemplación (2010) y
Enjambres
(2020). En la primera enfrentamos una lectura de un lugar heterotópico
(¿se acuerdan de ese término de Foucault?) que confluye en zonas abisales de la
psique. Y en la última hay un escape de la guerra y de la hecatombe pero cuando
se crece, las luciérnagas llevan el significado de ver más allá. Entonces
saboreamos el dulce néctar de pensar a contracorriente, de no tragarnos la
realidad impuesta desde los mass media. Porque hay mucha más vida en la verdad
que en la superficie. Pero debemos morir a las máscaras, a los falsos ídolos
del prejuicio y de la cerrazón mental.
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La
agenda de la hegemonía tripolar nos propone un mundo de la postverdad y de la
virtualidad opresiva (la que desenmascaró Edward Snowden), la que maneja a su
antojo la alianza de espionaje llamada “Cinco Ojos” (Five Eyes). Aquí las cosas
no tienen que ver con antagonismos decimonónicos de izquierda y de derecha. Es
más, va más allá de la dicotomía insípida de globalistas y patriotas. La agenda
de la hegemonía tripolar usa el poder blando y sus fake news como su mejor arma de combate.
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En las
obras distópicas de Miguel Antonio
Guevara reconocemos ese rasgo de Eco: es apocalíptico e integrado. No tiene
reparos de hacer cultura con un cubo de Rubik o al ver un libro de un palestino
en el metro de Caracas. Tomemos dos obras suyas referenciales: Mahmud
Darwish anda en metro (2018) y Los pájaros prisioneros solo comen alpiste
(2020). En la primera esa búsqueda de sentido en lo fragmentario y en
lo doméstico lleva la distopía de las ruinas tercermundistas y de los derrumbes
de las certezas esenciales. Volvemos a la barbarie pero entre bits y
hologramas. En la segunda viaja al otro lado de sí mismo el personaje principal
y nos deja su máquina de soñar con nuestra orilla. Se vacía la distopía de fe,
de humanidad.
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La
agenda de la hegemonía tripolar la sorteamos en la obra de tres escritores
característicos de sus países. Primero, el joven filósofo chino Yuk Hui, en sus libro Cosmotecnia
y Fragmentar
el futuro, diserta sobre sociedades de control y sobre sociedades totalmente
sugestionadas y viciadas ya que no poseen las herramientas necesarias para leer
y enfrentar las realidades virtuales y presentes en sus tiempos. El escritor y
artista ruso Ilyá Budraitskis diserta, en sus textos Disidentes entre disidentes
y El
mundo que construyó Huntington y en el cual vivimos, la ideología de la
rusa conservadora y su importancia en su arte, en su geopolítica y en sus
discursos públicos y en sus guerras híbridas actuales. Y tercero, el
estadounidense Douglas Rushkoff,
desde sus textos Ciberia y El shock del presente, afirma una
búsqueda de salidas digitales a un mundo pleno de identidades nacionales
(totalmente difusas). Rushkoff pregona por una mente de fuente abierta
(telemática) para solucionar los problemas sociales. Es la metacognición que
todos necesitamos.
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Si la
lectura del poder determina el sistema que nos gobierna se hace urgente
lecturas polisémicas, lecturas distópicas que rompen cercos y cárceles
invisibles. Allí están las obras de tres generaciones de escritores venezolanos
(Ednodio Quintero, Edgar Borges y Miguel Antonio Guevara) como
interpretaciones, hermenéuticas lúcidas ante el caos presente y futuro. Es
decir, crear luz, porque de tu distopía depende tu valentía.
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